Brutal
viaje al infierno
Después
de títulos controvertidos como “Enter the void” y “Love”, el
llamado “enfant terrible” Gaspard Noé rodó en apenas quince
días y con improvisaciones este su último film, inspirado en un
caso real ocurrido en 1996. A mediados de los años noventa, veinte
jóvenes bailarines de danza urbana que se habían reunido para unas
jornadas de tres días de ensayos en un internado en desuso situado
en el corazón de un bosque, hacen su último baile común y luego
festejan una última fiesta de celebración alrededor de una gran
fuente de sangría. Pronto, la atmósfera se vuelve eléctrica y una
extraña locura los atrapará toda la noche. Les parece obvio que han
sido drogados, pero no saben por quién o por qué.
El
largometraje empieza con una escena que luego tendrá importancia, ya
que corresponde al final, así como ya hiciera en el anterior film
del director “Irreversible”, seguida de una presentación de cada
uno de los integrantes bailarines. La película se puede estructurar
en dos partes divididas por los títulos de crédito de los actores:
en la primera tiene lugar el último ensayo, con espectaculares
bailes y coreografías en un gran salón (de los mejores que he
visto), acompañada de una música machacona; en la segunda, a medida
que el grupo toma sangría, la fiesta deriva en descontrol y
desmesura. Más allá de charlas sobre sexo, con los colores de la
bandera francesa presidiendo la sala de baile, vemos cómo los
mensajes de fraternidad e igualdad se descomponen entre el
heterogéneo grupo en que hay homosexuales y personas de piel negra,
las máscaras y las convenciones sociales se desmoronan y, en suma,
el director hace un duro retrato de una juventud de los noventa no
alejada de la que puede ser la actual, con neones, cintas de vídeo y
LSD, aunque no utilicen teléfonos móbiles. El cineasta francés
sigue en su estilo provocador empezando por los títulos de crédito
al principio, el tratamiento saturado de los colores, el sonido, con
una cámara que sigue a los personajes en varios ángulos ya sea
dando giros, boca abajo o en plano cenital. Todos estos elementos
contribuyen a que esta sea una intensa película - experiencia que
siente el espectador desde el principio hasta el final, en la que uno
no puede dejar de mirar a la pantalla aunque no le guste lo que ve.
Vemos los diferentes rincones del recinto aislado y llega un momento
en que da la sensación que bajar a la sala de baile sea entrar al
infierno. He visto que algún crítico de cine reconocido ha puntuado
muy bajo este film, quizás desde una perspectiva muy racional. Sin
embargo, considero que hay obras de arte que es mejor sentirlas que
entenderlas (¿cuál miembro del grupo ha puesto drogas en la
sangría?), ya que no estamos ante una propuesta de un caso
detectivesco o algo similar y es mejor dejarse llevar. Hay que añadir
que no es casual que el único miembro del reparto de actores
conocido sea la actriz Sofia Boutella en el papel de Selva, a la que
el espectador sigue durante el metraje.
El
film ganó el premio Art cinema en la sección Quincena de
realizadores del festival de Cannes y ha ganado el máximo galardón
a mejor película en el certamen de Sitges, un reconocimiento lógico
teniendo en cuenta que su director ya ganó premios con anteriores
trabajos en este festival tan entusiasta. No obstante, parece difícil
que una propuesta provocadora como esta reciba consenso por parte de
académicos de premios importantes. En definitiva, quizás estamos
ante la obra más redonda de Gaspard Noé, que desde luego no dejará
indiferente.
Valoración:
8
Lo
mejor: la capacidad del director de no poder dejar de mirar a la
pantalla y los números de baile del principio.
Lo
peor: que no guste a cierto público demasiado racional que quiera
entenderlo todo.
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