Esta semana se estrena una película
canadiense no muy conocida, que vale la pena, en la que la directora Louise Archambault
trata con honestidad el amor entre una chica que tiene el síndrome
de Williams y un joven. Dirigida con mano naturalista parecida a un
documental, con momentos de sensibilidad, se agradece que no caiga en
efectismos ni dramatismo exagerado. Carece de fuerza para que sea una
gran película pero las interpretaciones de la pareja protagonista
son destacables: Gabrielle Marion-Rivard ofrece realismo y Alexandre
Landry fue distinguido como mejor actor en el festival de Gijón del
pasado año.
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